Durante varias décadas fue un diligente catequista y animador constante y genial, de gran sencillez y serena alegría. Se ocupa de la liturgia, de la formación, los juegos, el tiempo libre, las vacaciones de los muchachos, el teatro.
Ama a Dios de todo corazón y encuentra en la vida sacramental, en la oración y en la dirección espiritual el manantial de su vida de gracia.
Durante el servicio militar, que empieza en 1934 y lo concluye, en períodos alternos, en 1945 muestra un gran sentido apostólico entre sus compañeros de armas.
Empleado en la Pirelli, en Milán, irradia alegría y buen humor y, a la vez, un profundo sentido del deber.
En el seno familiar se muestra un marido de gran fe y serenidad, amante de la austeridad y de la pobreza evangélica, en beneficio de los más necesitados.
Fiel a la meditación, a la eucaristía y al Rosario cotidiano. Siempre atento a los acontecimientos de su familia (los tres hijos estaban en Brasil haciendo un voluntariado misionero), él mismo decide ir junto con su esposa como voluntarios a Brasil, donde continúa siendo catequista y animador.
El 18 de diciembre de 1972, en Campo Grande (Brasil), en una reunión en la que Attilio habla con entusiasmo y con fuerza sobre el deber de dar la vida por los demás, súbitamente se siente desfallecer. Apenas le da tiempo de decir a su hijo: “Pier Giorgio, ahora sigue tú”, y muere de un infarto.
Su cuerpo fue llevado a Italia y reposa en el cementerio de Vendrogno.