Una santidad que genera vida con corazón misionero
Queridísimas hermanas:
Me uno a vosotras con alegría, en este mes de febrero, y con vosotras doy gracias al Señor por el resultado positivo de las Veríficas Trienales, que hemos celebrado hasta ahora con las Conferencias de Oriente Medio-Europa (CIME), África y Madagascar (CIAM), con la Conferencia de las Inspectorías de la India (PCI) y con la Conferencia de Asia Oriental (CIAO). Estos encuentros han permitido conocer y comprender más de cerca la vitalidad del carisma salesiano en los tres Continentes. Hemos experimentado, una vez más, la unidad del Instituto y su clara identidad carismática en la experiencia cotidiana del «ya y todavía no» que, por gracia, mantiene vivo el deseo de vivir y trabajar juntos por el Señor y su Reino.
En esta circular quiero reflexionar sobre la persona y la santidad de la beata sor María Troncatti, cuyo nacimiento celebramos este mes (Corteno Golgi – Brescia, 16 de febrero de 1883), a la espera de conocer la fecha de su canonización.
De la rica figura de esta misionera, deseo profundizar con vosotras su condición de Madre, Misionera, Artífice de la paz y de la reconciliación. Este es un tiempo de gracia especial para todas nosotras, una llamada a renovarnos como Instituto para continuar, con valentía y alegría, el camino de santidad que Dios nos pide seguir hoy.
En primer lugar, Madre
Toda comunidad educativa está llamada a hacerse cargo, en la relación educativa, de una pedagogía evangélica del seguimiento de Cristo y de la encarnación del carisma salesiano. Los jóvenes esperan testigos capaces de proponer caminos de iniciación a los grandes valores humanos y cristianos, y modelos de vida creíbles. Este es precisamente el estilo de acompañamiento vivido por María Domenica Mazzarello, animadora humilde y sabia que, a través de su maternidad, generó vida en las personas que le fueron confiadas.
También en Sor María Troncatti emerge de manera evidente la dimensión materna, que genera a su alrededor abundancia de vida y encuentra su fuente en una profunda intimidad con el Señor.
Podemos describir a Sor María como una mujer feliz, apasionada de Jesús y por Jesús. El secreto de su entrega incondicional nace de la oración constante, del permanecer, en el silencio de la noche y del amanecer, ante su Señor; de dejarse llenar el corazón de su Amor. Durante el día camina con el rosario en la mano, confiada a la protección de María, Auxiliadora y Guía en cada actividad, en los momentos de alegría, de sacrificio o de peligro. Es incansable en su servicio a los pobres, a los pequeños, a los enfermos y desanimados, a «su» querido Shuar. Con la ternura y el amor de una madre, se entrega a la humanidad herida, testimoniando, particularmente en la selva ecuatoriana, el amor del Padre por todos sus hijos. Es precisamente por los indios Shuar que es llamada cariñosamente madrecita, «madre». De hecho, la ven siempre solícita en salir al encuentro de los necesitados de ayuda y esperanza. Cura el cuerpo y el espíritu evangelizando, mientras distribuye
medicinas y consejos reflexivos y sabios. La llaman desde lejos para medicar, consolar, asistir a los moribundos. Incluso un asesino, que quiere estar dispuesto a confesar y morir bien, quiere a Sor María a su lado hasta el final, convencido de que su presencia impide que el diablo ponga la desesperación en su corazón.
Sor María escribe a sus familiares con asombro: «¡Si vierais cuánto me quieren! Cuando me ven montar en mi caballo, me recomiendan: ‘¡Madrecita, vuelve pronto!'».
Con paciencia materna educa al perdón recíproco a los indígenas y a los colonos, grupos en constante conflicto.
En los momentos de mayor dificultad, es la mirada al Crucifijo, la que la sostiene y le da el coraje necesario para afrontar con fe las fatigas de cada día y poner en acción su creatividad.
Madre Yvonne Reungoat, el 25 de agosto de 2019, en su mensaje con motivo del 50 aniversario de la muerte de la beata Sor María Troncatti, escribía: «Podemos decir que es una mujer de frontera, una Hija profética de María Auxiliadora, que vivió las exigencias de la inculturación con la sensibilidad y la intuición de los santos, porque inculturarse es una cuestión de amor y quien ama sabe comprender, adaptarse, hacerse cercano”.Con este amor materno conquista los corazones y logra encontrar una solución para cada problema, sin rendirse ante las dificultades. La fuerza de su maternidad se revela también en situaciones de particular emergencia o riesgo, como cuando reza intensamente para que «sus hijos» se salven de las olas del traicionero río Upano, del que ella conoce el peligro. Nunca perdió la confianza en la Providencia, porque estaba segura de la presencia de Dios en su vida de misionera. Fortalecida por esta certeza, no escatima esfuerzos para intervenir por el bien de «sus hijos Shuar«. Realiza gestos sencillos y eficaces de maternidad: acoge a niños y niñas que nadie quiere, da a todos afecto, seguridad y serenidad, se convierte en educadora y catequista, abriendo perspectivas de futuro iluminadas por la esperanza.
Uno de los aspectos más significativos de su maternidad es su relación de afecto confiado con María Auxiliadora. En su escuela pronto aprendió que ella misma podía ser «auxiliadora» de las personas que le habían sido confiadas. En ella, la filialidad mariana no es solo un sentimiento, sino que se vive conscientemente como un itinerario de formación cristiana y salesiana, por eso se transforma en fuente de maternidad educativa al estilo del Sistema Preventivo.
Sabemos que la esencia de la vocación salesiana es de carácter materno, no movida por principios abstractos, sino por las necesidades vitales de las personas, respetando los ritmos personales de cada uno; Un amor maternal delicado y afectuoso, pero firme y decidido. Este fue el caso de Sor María en su vida de Hija de María Auxiliadora misionera,
Recuerdo lo que Don Bosco deja como mensaje a sus hijos e hijas: «En mis condiciones, sin medios, sin personal, habría sido imposible trabajar en beneficio de la juventud, si María Auxiliadora no hubiera venido en ayuda con luces especiales y con abundante protección, no solo material, sino también espiritual» (MB XI, 256-257).
Acogemos estas palabras como una consigna que nuestro Fundador también nos dirige hoy a nosotros, educadoras/es salesianos, de confiar nuestra misión educativa evangelizadora a María, conscientes de que, como lo fue para Don Bosco y Sor María Troncatti, es Ella quien nos guía, nos ayuda, mantiene nuestra mirada abierta a nuevas realidades con corazón misionero y profético.
Misionera
La dimensión misionera es un elemento esencial de la identidad del Instituto (cf. C 75). Lo es desde nuestro Bautismo, como nos recuerda el Papa Francisco: «Soy una misión en esta tierra, y por eso estoy en este mundo» (Evangelii gaudium, 273).
La primera comunidad de Mornese experimentó, desde el principio, la alegría misionera que la guió a dar testimonio de Jesús no solo en su propia tierra, sino en el mundo. La «mística» del vivir juntas florece en el ímpetu hacia amplios horizontes y se convierte en un clima, un fuego que arde e irradia luz y calor. Aquí captamos la dinámica evangélica, pero también humana, de la misión: la vida crece y madura en la medida en que la damos por la vida de los demás. De aquí brota la dulce y reconfortante alegría de evangelizar.
En 1922 Sor Maria Troncatti estaba en la comunidad de Nizza Monferrato como enfermera experta de la Cruz Roja, veterana de la Primera Guerra Mundial de 1915-1918. En la enfermería de niñas, la joven Marina Luzzi se está muriendo de una neumonía doble. Sor María le confió su sueño misionero de llevar a María Auxiliadora: «ir entre los leprosos». La joven, mientras se estaba muriendo, le profetizó que no iría entre los leprosos, sino a Ecuador. De hecho, tres días después de
la muerte de Marina, la madre Caterina Daghero la destina a formar parte de las personas que habitan la selva amazónica ecuatoriana.
Para comprender cuán apasionado era el espíritu misionero de Sor María, es interesante leer lo que escribió a su familia en 1936, antes de partir hacia Ecuador: «¿Me decís que no pida ir a la misión? No pregunto, porque realmente quiero hacer la santa voluntad de Dios. Pero si los superiores me envían, voy con todo mi corazón: siempre tengo mis pensamientos en la misión». Con todo el corazón fue la vara de medir de su pasión misionera, tanto que, cuando la Madre General la envió a
trabajar a la selva amazónica, afirmó que está «cada día más feliz» de su vocación religiosa y misionera. En una carta de 1939 escribió: «Diré una confidencia: aquí con los indígenas me encuentro muy, muy feliz; mucho más que estar en la ciudad de Guayaquil en medio de la aristocracia. Aquí, en medio de esta selva , alejada de todas las mentiras del mundo…».
Captamos en Sor Troncatti la capacidad de ver lo esencial, de escuchar y responder al grito de los pobres, por eso quiere salir de los esquemas del bienestar, de las estructuras rígidas y de las seguridades. En la homilía de la beatificación, que tuvo lugar el 24 de noviembre de 2012 en Macas (Ecuador), el Card. Angelo Amato destacó muy bien su espíritu misionero: «Sor María, animada por la gracia, se convirtió en una mensajera incansable del Evangelio, experta en humanidad y una profunda conocedora del corazón humano. Compartió las alegrías y las esperanzas, las dificultades y las tristezas de sus hermanos, jóvenes y ancianos. Fue capaz de transformar la oración en celo apostólico y en servicio concreto a los demás». Bien podemos afirmar que vivió el «voy yo» salesiano, típico de Valdocco y Mornese, con generosidad y entrega total, despertando por contagio el «voy yo» de Juan, que murió feliz por haber salvado la vida de Sor María de la violencia insidiosa del río Upano.
En la revista Juventud Misionera de 1931, sor María relató cómo el Sistema Preventivo producía frutos de transformación en los corazones de los jóvenes y del pueblo Shuar: «Desde hace 15 semanas vamos, una vez por semana, al Kivari de las dos Kivari más cercanas para llevar la luz de la verdad eterna entre esas tinieblas y para ayudar a esas pobres almas embrutecidas, dando también a sus cuerpos los socorros que son posibles y que son más necesarios y urgentementes. Ellos mismos vienen a recogernos a la residencia para acompañarnos a través de los difíciles caminos, y para ayudarnos a cruzar el famoso río Upano. ¡Esto se vadea en parte en una canoa y en parte sobre los hombros de los mismos kivares, que se sienten gloriosos en el dulce peso!»
En las epidemias furiosas, en particular la gravísima viruela, que no perdona al pobre kivaretti, la «doctora» se entrega incesantemente entre los enfermos y los convalecientes. Organiza con competencia y previsión, para las jóvenes que tienen aptitudes, cursos para enfermeras; para otras, cursos de costura, higiene, puericultura, arte culinario y reuniones de preparación al matrimonio. Su principal preocupación es la formación y promoción de la mujer que, en la cultura Shuar, a menudo es penalizada por su dependencia de sus maridos-amos, o explotadas para las actividades laborales más extenuantes, sin tener en cuenta su misión de maternidad y cuidado de los hijos.
Lo que había dicho Don Bosco también interpelaba a esa parte del mundo: «Que los jóvenes no sólo sean amados, sino que ellos mismos sepan que son amados», hasta el punto de ser transformados «de lobos en corderos», sobre todo con la bondad y la entrega de sí mismos, capaces de dar la vida por sus educadores.
Sor María Troncatti, apasionada por la misión salesiana, contagia a la gente y a sus propias hermanas irradiando su gran amor a los jóvenes, para que sean felices en el tiempo y en la eternidad. Su audacia y la valentía de su fe alimentan también en las jóvenes el compromiso de ser «verdaderas misioneras». Podemos decir con razón que la comunidad en la que trabaja Sor María es una verdadera comunidad «en salida», que vive la misión de manera sinodal.
Artesana de la paz y la reconciliación
En los 47 años de vida misionera, Sor María tenía un solo objetivo: ayudar a las personas a encontrar a Jesús; De hecho, tiene sed de «darle almas». Mientras trata las heridas de los cuerpos torturados de los Shuar, que se matan entre ellos en nombre de la ley de la selva, es decir, de la venganza, busca todos las formas para poder hablarles del perdón, de la reconciliación, del Evangelio. Con indescriptible coraje y determinación actúa en defensa de los derechos y perspectivas de bien de los indígenas, cuando los colonos se enseñorean sobre ellos.
Sin embargo, cuida de unos y otros sin distinción, ayudándoles a vivir de una manera más fraterna. Dialoga y aconseja a las mujeres de los colonos a sembrar palabras de bondad, justicia, fraternidad e igualdad entre las personas, sabiendo que, a través del poder educativo de las mujeres, es posible formar a las futuras generaciones a una convivencia más respetuosa y de aceptación de la diversidad. Trabajó incansablemente para que en las escuelas e internados convivieran pacíficamente los jóvenes shuar y las jóvenes «blancas». En los ambulatorios en los que trabaja y en el hospital «Pío XII» que fundó, no hay tratamientos distintos, como se usa en otros lugares. Para ella, todos tienen el mismo derecho a recibir atención de su madrecita y de su comunidad.
Con creatividad, Sor María también aprendió a tejer ropa para los necesitados pero, sobre todo, a tejer gestos de humanidad y reconciliación entre «sus hijos», tan queridos y tan diferentes. A finales de los años sesenta, las tensiones entre los dos grupos étnicos se agravaron debido a la posesión de tierras y se reavivó un clima de hostilidad. El 4 de julio de 1969 algunos colonos prendieron fuego a la misión de los salesianos, porque los consideraban del lado de los Shuar y promotores de su dignidad. Sor María sufre mucho y teme que pueda ser el comienzo de un nuevo desastre.
Fue en ese momento cuando tuvo la inspiración, generada por su corazón de madre, de ofrecerse a Dios como víctima de reconciliación entre los dos pueblos que tanto amaba. No encuentra otra posibilidad que la identifique mejor con Jesús: «Nadie tiene mayor amor que este: dar la vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Con el poder de la persuasión y la bondad, Sor María logró detener la naciente venganza y ser escuchada como mensajera de paz y perdón.
En el desconcierto general que invade la misión, cuando se difunde el falso rumor de que los misioneros están organizando trampas en detrimento de los Kivares confiados a su acción educativa, Sor María no se desanima: va a las casas, en Macas, para «hablar desde el corazón» a la gente sin ocultar lágrimas de sincera amargura, tanto que los que han cometido el mal sienten el deber de enmendarse.
Poco más de un mes después, cuando estaba a punto de partir hacia Quito donde viviría los ejercicios espirituales, el 25 de agosto de 1969, el día del accidente aéreo, Sor María compartió con las hermanas su convicción de que pronto volvería la paz y la tranquilidad. De hecho, después de su muerte, tanto los colonos como los Shuar sienten aún más fuertemente la presencia de su madrecita que los había educado para el perdón y reanudan la convivencia con una nueva fuerza de fraternidad. Un arco iris permanece en el cielo hasta el momento de su entierro y es el signo de que se ha restablecido la paz entre el cielo y la tierra y entre los dos pueblos.
Contemplando el rostro más bello del Instituto, santa María Domenica Mazzarello, sor María Troncatti, que está a punto de ser canonizada, nuestros beatos y siervos de Dios que vivieron las Constituciones con plena fidelidad, abramos nuestro corazón a la gran Esperanza, con la gracia y la audacia que vienen de Dios. Con gratitud cantamos el Magnificat por la santidad reconocida por la Iglesia en estas hermanas y en muchas otras que viven su vida cotidiana, dando amor, esperanza y
alegría.
El Papa Francisco nos recuerda que la santidad no se compone de unos pocos gestos heroicos, sino de mucho amor expresado en la vida cotidiana. Los santos son nuestros compañeros de viaje, que vivieron la santidad abrazando con entusiasmo su vocación y, por tanto, se convirtieron en reflejos luminosos del Señor en la historia (cf. Homilía, 15 de mayo de 2022).
Nos encomendamos a María Auxiliadora para que también nosotras, junto con las comunidades educativas y los numerosos jóvenes que encontremos, podamos brillar como pequeñas luces en la vida cotidiana y ser signos del amor preveniente y misericordioso del Padre, como lo fue sor María Troncatti.
El pasado 16 de febrero comenzó el 29º CG de los Salesianos y, en el saludo que dirigí en nombre de todas vosotras en la apertura, prometí que acompañaríamos los trabajos capitulares con oración, afecto y estima.
Su caminar juntos en profunda comunión es un fuerte signo de esperanza para la Familia Salesiana, para la Iglesia, para nuestro Instituto y para los jóvenes de todo el mundo.
Que María Auxiliadora, Don Bosco y nuestros santos los guíen y sostengan en la mirada hacia el futuro con valentía y previsión.
Os deseo una buena continuación del Año jubilar; Que sea verdaderamente un tiempo de gracia y de conversión para continuar nuestro camino común de santidad con un corazón misionero.
Con afecto.
Roma, 24 de febrero de 2025
Aff.ma Madre
Sor Chiara Cazzuola