La responsabilidad de ser comunidades vocacionales
Queridísimas hermanas:
Estamos viviendo un momento particular en la vida de la Iglesia. Demos gracias al Señor por la presencia de su Espíritu en la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que acaba de concluir. Sabemos que el proceso sinodal no ha terminado, sino que está confiado a cada uno/a de nosotras, para que podamos llevarlo a cabo en un camino cotidiano como una verdadera conversión personal y comunitaria. El objetivo del Sínodo, de hecho, no era producir documentos, sino » «hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer
esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos» » (Papa Francisco, Discurso al comienzo del Sínodo dedicado a los jóvenes, 3 de octubre de 2018 y citado en el Documento preparatorio del Sínodo, 32).
El Sínodo ha subrayado, entre otras cosas, que «la salvación que hay que recibir y anunciar pasa a través de las relaciones. Se vive y se testimonia juntos. La historia se nos aparece trágicamente marcada por la guerra, por la rivalidad por el poder, por mil injusticias y abusos. Sabemos, sin embargo, que el Espíritu ha puesto en el corazón de cada ser humano el deseo de relaciones auténticas y de vínculos verdaderos» (cf. Documento final, 154).
Es una llamada a considerar cómo la vocación de la Hija de María Auxiliadora es inconcebible sin la comunión vivida en una comunidad impregnada por el espíritu de familia, orientada a la misión educativa evangelizadora vivida al estilo de la sinodalidad. Nuestras comunidades están llamadas a servir al Señor con alegría y a trabajar con optimismo y caridad pastoral por el Reino de Dios (cf. C 49-50). Somos comunidades de mujeres «convocadas» a seguir a Jesús, «enviadas» para los jóvenes en el espíritu del da mihi animas cetera tolle.
La apertura del trienio de preparación al 150° aniversario de la primera expedición misionera de las Hijas de María Auxiliadora es, para todo el Instituto, un tiempo fuerte que nos devuelve a nuestros orígenes con gratitud. Este acontecimiento reaviva el deseo de sentirnos en misión en todos los lugares del mundo, donde hay necesidad de quienes anuncien, con el testimonio de sus vidas, la belleza del Evangelio de Jesús. Estamos llamadas, por tanto, a ser comunidades generativas de vida en el corazón de la contemporaneidad. Lo seremos si cada una despierta en
sí misma la frescura original de la fecundidad vocacional del Instituto. Cuanto más generativas de vida seamos, más lleno estará el mundo de esperanza y de vida nueva.
La belleza del seguimiento
En esta circular quisiera profundizar en un aspecto particular de nuestra identidad, que es la primera de las opciones prioritarias del Capítulo General XXIV, donde encontramos una invitación explícita a ser comunidades vocacionales. Percibimos la necesidad de testimoniar juntas la belleza de la vocación salesiana y de vivir un renovado impulso vocacional a partir de nuestra propia vida.
El Señor nos pide una responsabilidad renovada: hacer más visible el carisma y comprometernos a transmitirlo y revitalizarlo con fidelidad en el contexto actual.
Nos preguntamos: ¿cuáles son las expresiones de hoy que dejan claro a los jóvenes nuestra feliz pertenencia al Señor?
Madre Yvonne Reungoat dedicó la circular n.º 960 del 24 de abril de 2016 de manera especial a profundizar el aspecto vocacional de nuestra vida y nuestra misión. Son reflexiones de gran actualidad, por eso cito textualmente sus palabras: «Las comunidades vocacionales son comunidades de personas ‘llamadas’ que permanecen en la alegría de la llamada y, por tanto, son capaces de abrirse a Jesús y a muchas personas en un encuentro que forma y transforma. La alegría es ante todo un don, pero también es una responsabilidad en la lógica del Evangelio: «Recibiste gratis, dadlo gratis» (Mt 10, 8).
La vocación es un dinamismo que modela la vida y las relaciones en un estilo evangélico y salesiano con celo misionero. Por lo tanto, las comunidades vocacionales no son, ante todo, lugares donde se organizan actividades de animación vocacional, que también son necesarias, sino espacios en los que se vive y se da testimonio de la propia vocación y se expresa con gozosa fidelidad en el tejido de las relaciones cotidianas y de la misión».
Cada comunidad, para ser vocacional, puede y debe ser una verdadera «schola amoris» y expresar visiblemente la fraternidad. Comunidades donde nos cuidamos las unas a las otras, donde se salvaguarda la propia fidelidad y la de las demás, donde nos alegramos por el bien que cada una hace y valoramos los recursos de todas, donde ninguna es «invisible». Nuestras comunidades tienen valor profético si son testigos gozosos de la gratuidad del amor de Dios. El gozo brota de la fuente del amor cada vez más grande de Dios que se ha manifestado en Jesucristo. «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.» (Papa Benedicto XVI, Deus caritas est, 1).
El mundo de hoy, con sus múltiples ofertas de consumo, corre el gran riesgo de hundirse en una tristeza individualista que brota de un corazón encerrado en sí mismo, descontento, incapaz de dar y de sonreír.
Tampoco estamos exentas de estas tentaciones. A veces experimentamos que cuando la vida interior se encierra en los propios intereses y el camino espiritual está cansado, ya no hay lugar en el corazón para los demás; las hermanas, los jóvenes, los pobres ya no «entran», la voz de Dios ya no se escucha. Sin embargo, dar testimonio del Señor Jesús con la vida, con las obras y con las palabras es la misión específica de la vida consagrada en la Iglesia y en el mundo. Sabemos, como dice el apóstol Pablo, en quién hemos creído (cf. 2 Tm 1, 12) y a quién hemos entregado todo nuestro ser.
El amor apasionado por Jesucristo es una poderosa atracción para los jóvenes, que Él, en su bondad, llama a seguirlo de cerca y para siempre. Nuestros contemporáneos quieren «ver» en las personas consagradas el gozo que viene de pertenecer al Señor.
En este sentido, es importante el testimonio de las comunidades centradas en Jesús y en la oración, que se convierte en el «cenáculo”, lugar donde se aprende a amar a los demás con la misma gratuidad con la que Él ama cada día a toda la humanidad.
Es en las relaciones serenas y fraternas, motivadas por significados evangélicos, que nos enriquecen mutuamente. María, con su testimonio, es para nosotras una sublime escuela de vida: es la Guía que nos acompaña, reza, actúa, sufre y se alegra con nosotras. Es Ella quien ha ayudado a preparar a los Apóstoles para la misión con la asiduidad de su oración al Padre, con su vínculo con el Hijo, con su disponibilidad a las sugerencias del Espíritu Santo. Ella es
Maestra de oración y de comunión en la Iglesia, en nuestras comunidades y, como la primera evangelizada, alimenta en nosotras un fuerte celo misionero.
«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros”
La vocación es un don y una llamada gratuita, una gracia en la que la iniciativa es de Dios: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15, 16). Encontramos esta cita en la premisa al primer artículo de nuestras Constituciones y en la sección relativa a nuestra identidad (cf. artículos 1-7). En esta primera parte, que contiene la clave para la lectura de todo el texto, es evidente que el Instituto tiene su origen en la inspiración del Espíritu Santo, con la intervención directa de María, y nació como un don a la Iglesia.
Dios establece con Don Bosco y Madre Mazzarello una Alianza de amor que se prolonga en la fidelidad de cada una de nosotras. Esto nos recuerda que nuestra vocación también nació, como decía Don Bosco, por atracción, por contagio. Si nuestra vida da testimonio y hace fascinante el carisma, ponemos las condiciones para que los jóvenes se cuestionen profundamente.
Ya había sucedido con Jesús. Los apóstoles permanecen unidos a Él por una admiración poco común; perciben la bondad que emana de Él y le preguntan: «¿Dónde vives?». Y Jesús responde: «Venid y lo veréis» (Jn 1,38) y luego están con Él, compartiendo su misma misión evangelizadora.
Toda vocación nace como asombro ante la fascinación de Jesús. Él no buscó lo mejor, sino que llamó a ser apóstoles a los que el Padre le había dado. Algunos eran pendencieros, orgullosos, sedientos de poder, otros más humildes, muy diferentes entre sí -bastaba con leer los Evangelios-, pero todos estaban con Él.
No es fácil para los jóvenes discernir cuál es el camino a seguir en sus vidas, cuál es la llamada de Dios. Ofrecerles la oportunidad de ver el testimonio de quienes viven su vocación con conciencia, responsabilidad, autenticidad y alegría puede hacer que esta búsqueda sea menos difícil y más emocionante.
Es importante que comprendan cómo la llamada a la vida religiosa involucra a toda la persona y que, por lo tanto, impregna la vida en su totalidad de un sentido y una orientación crística. Es necesario un trabajo directo y explícito de nuestra parte, porque es verdad que Dios suscita la llamada, pero no es menos cierto que se sirve de humildes instrumentos humanos como nosotras, para indicar y guiar el camino de los jóvenes: «Venid y veréis» para hacer experiencia de Jesús.
En este sentido, el entorno en el que son acogidos juega un papel importante; es allí donde pueden descubrir modelos, valores, crear hermosas amistades y, sobre todo, encontrar respuestas a su sed de Dios. Nuestra misión es ofrecer a los jóvenes un acompañamiento sistemático, paciente y discreto, para que puedan descubrir poco a poco el plan del Padre sobre ellos.
Cada comunidad, en el contexto en el que vive y trabaja, tiene la tarea de prolongar en el tiempo el carisma salesiano, para que siga siendo fecunda de bien para muchas/os jóvenes. Es una excusa resignarse al hecho de que los tiempos han cambiado y que las jóvenes ya no se sienten atraídas por la vida consagrada. Es el Señor quien dirige los acontecimientos humanos, sabe lo que es necesario para la salvación de la humanidad, pero no podemos eludir la responsabilidad de pensar y preparar el futuro con la luz que nos da el Espíritu Santo, si lo invocamos con corazón recto, con celo apostólico, lleno de esperanza.
Os invito a releer el artículo 73 de las Constituciones, del que cito sólo una parte:
«Agradecidas a Dios por habernos llamado
a la vida de las Hijas de María Auxiliadora
nos sentiremos responsables, sobre todo,
de las vocaciones para nuestro Instituto.
La impetraremos con oración incesante
y con nuestra gozosa y constante fidelidad«.
La maternidad educativa de María Dominga Mazzarello
Recurrimos a nuestra herencia carismática y miramos a Madre Mazzarello, una mujer de gran capacidad para acompañar y guiar a las jóvenes y a las hermanas.
Es interesante notar que, en su primera elección como Superiora General de nuestro Instituto, Don Bosco la convenció para que aceptara la tarea de guía, diciéndole que María Auxiliadora sería la verdadera Superiora y ella sería simplemente la Vicaria.
Todos sabemos cuánto la tranquilizó esta declaración al dar su consentimiento. No es secundario, sin embargo, constatar cómo, a pesar de su humildad, María Doménica Mazzarello se deja llamar «Madre», y así se define firmando cartas a sus hijas lejanas, identificándose con esta misión.
Desde el principio fue guía formativa de las Hijas de María Auxiliadora y los Salesianos. Don Lemoyne, pocos días después de la muerte de la Madre, afirma que era «una mujer dotada de dones especiales en la dirección de las almas, hasta el punto de asombrar al mismo Fundador» (Cronohistoria III, 337). También la describe como una persona con dones especiales y gran docilidad al Espíritu Santo.
El proceso de discernimiento que ella sabe acompañar con sabiduría en las jóvenes tiene una clara connotación vocacional-misionera. Encontró gran ayuda en María, Madre y Maestra, y aprendió de ella el arte de cuidar a cada una.
Cuando en la carta 48 explicó a Don Bosco su preocupación por la formación de las hermanas jóvenes, pero también de las jóvenes en formación, mostró realismo y conocimiento de las personas que le habían sido confiadas: «Todavía necesitan formarse en el espíritu y en el trabajo, así que habrá que tener paciencia» (L 48,11).
«Las Novicias y las postulantes son muchas, pero todas muy necesitadas de instrucción y de que se las siga, porque muchas de ellas han traído del mundo muchas pasioncillas que, si no se corrigen, impiden después la perfección y contagian a las otra» (V 48, 8).
Don Ferdinando Maccono, escribiendo al Postulador de las Causas de los Santos, describe así la contribución de Madre Mazzarello a la primera comunidad FMA: «Quien lee atentamente la vida de Madre Mazzarello ve que el Fundador es Don Bosco; Pero ¿quién preparó a las futuras monjas? ¿Quién las formó? ¿Quién las indujo a amar el sacrificio, a amar incluso el hambre, muy pobres, incluso miserables cómo eran? ¿Quién las apoyó en los momentos más difíciles cuando todo parecía derrumbarse? fue la Mazzarello. Don Bosco, por su naturaleza, criterios, contrastes y rumores con la Curia de Turín, visitó Mornese pocas veces, unas quince veces en total; la que lo hizo fue la Mazzarello» (Carta al P. Francesco Tomasetti, 23 de marzo de 1935, en Maccono F., Documentos y Memorias sobre el título de Co-fundador conferido a M. D. Mazzarello, en ACS (Mazzarello 9, carpeta 5).
No olvidemos que para Madre Mazzarello la humildad, la lucha contra el individualismo y la mentalidad mundana, el afecto fraterno, la caridad sin límites, la unidad-comunión, el sacrificio incondicional por el Evangelio, la alegría del corazón recto y lleno de Jesús, son las características de la Hija de María Auxiliadora y de las comunidades, para que puedan ser fecundas de bien para las jóvenes y capaces de acompañar a otras en el discernimiento vocacional. Sobre todo, dejemos resonar en nuestro corazón esta Palabra: «Sin mí no podéis hacer nada», que Madre Mazzarello hace llegar más allá del mar en sus últimas cartas: «Piensa siempre que eres no eres capaz de nada y lo que lo que te parece saber es la mano de Dios que actúa en ti. Sin ella, no somos capaces más que del mal» (L 66,2).
Es una invitación clara y materna a la oración «asidua y unánime», para que el Señor haga fructíferas nuestras comunidades, según su voluntad. Serán, pues, auténticas comunidades vocacionales.
Pronto comenzaremos el camino de Adviento que nos llevará a acoger el inconmensurable misterio de amor de la Encarnación de Jesús. Que María, Inmaculada y Madre, que sabe cómo ayudarnos, guíe nuestros pasos hacia Belén junto con todos los niños, jóvenes, comunidades educativas y aquellos que comparten con nosotras el carisma salesiano.
También en nombre de las hermanas del Consejo General, aprovecho esta oportunidad para desearos una santa Navidad de paz y esperanza a vosotras, a vuestros seres queridos, a las comunidades educativas, a las familias, a las niñas y a los niños, a las jóvenes y los jóvenes que frecuentan nuestras casas, especialmente a los más difíciles.
Deseamos vivir juntos el Jubileo 2025, que está a punto de comenzar, como Peregrinos de esperanza.
Una felicitación especial al Vicario del Rector Mayor, don Stefano Martoglio, a los Hermanos salesianos y a los miembros de la Familia Salesiana.
Nos sentimos particularmente cercanas a las hermanas y a las comunidades que viven en situaciones difíciles, a causa de las guerras, de la violencia, de los desastres naturales, de la pobreza, e invocamos con fe el don de la paz verdadera y duradera sobre toda la humanidad.
Os saludo con afecto.
Roma, 24 de noviembre de 2024
Aff.ma Madre
Sor Chiara Cazzuola