Yo te daré la Maestra
Queridísimas hermanas:
En este mes hemos concluido, junto con las hermanas del Consejo General, los dos últimos Seminarios de los nueve Para una animación generativa durante los cuales, por gracia y con alegría, he podido vivir importantes encuentros de vitalidad carismática y de profunda comunión con numerosas Hijas de María Auxiliadora de los cinco Continentes. La riqueza de nuestro carisma nunca deja de llenar nuestros corazones de asombro, gratitud y alegría, también por la entrega generosa y apasionada de las hermanas y comunidades educativas en la misión que les ha sido confiada.
Fátima: un acontecimiento de gracia para la Familia Salesiana
En esta circular quiero compartir con ustedes, aunque sea brevemente, la hermosa experiencia que viví en Fátima (Portugal) durante el IX Congreso Internacional de María Auxiliadora, promovido y organizado por ADMA, inspirado en el tema: Yo te daré la Maestra.
A partir del sueño de los 9 años de Juan Bosco, el objetivo del Congreso era dar a conocer cada vez más a María como Madre y Maestra que ha acompañado, acompaña y guía a toda la Familia Salesiana hacia Jesús y hacia los jóvenes más necesitados.
El sueño nos remite a la dimensión oratoriana, que se expresa como una misión educativa realizada en fidelidad al Sistema Preventivo y como camino de santidad. De ahí la fuerte llamada a acoger el misterio de la vida como vocación y misión, en un discernimiento a menudo agotador, pero fecundo de bien.
Es una síntesis que nos involucra a todas y a todos como Familia Salesiana y nos impulsa a vivir con conciencia siempre renovada la presencia de Dios en la vida cotidiana; una presencia que es misterio y encuentro en el que se realiza el anuncio de la salvación, especialmente a los jóvenes más pobres.
El Congreso ofreció a los numerosos participantes una profunda reflexión sobre el carisma salesiano inspirado en la caridad de Jesús Buen Pastor, en la guía materna de María y en un estilo relacional caracterizado por la humildad, la dulzura, la benevolencia y la afabilidad. Ha sido una llamada a volver al origen del método educativo que Don Bosco aprendió de Mamá Margarita y de María Auxiliadora, que él vio en el sueño como la «Mujer vestida con un manto, que brillaba por todas partes, como si cada punto del mismo fuera una estrella muy refulgente«.
El Congreso Internacional tuvo lugar en Fátima, un lugar típicamente mariano que favoreció un clima de oración y recogimiento, de meditación, de discusión serena, para «medirnos» con la intervención de María en la historia de la humanidad y de la Iglesia, específicamente en la historia de la vocación salesiana: en nuestra historia.
Sé que muchas comunidades han logrado seguir, según las diversas posibilidades, el programa de las jornadas con las intervenciones y los testimonios muy apreciados.
Entre los 1.400 participantes, provenientes de todo el mundo, éramos 60 FMA. Nos encontramos, aunque muy brevemente, y disfrutamos de la belleza de un amplio respiro internacional.
Fue una excelente oportunidad para dar gracias por la animación mariano-misionera vivida en las realidades locales, y por compartir con los laicos la riqueza del carisma salesiano.
Recordamos que la identidad mariana de nuestro Instituto, junto con la Asociación ADMA, ofrece a la Familia Salesiana la especificidad de una espiritualidad que reconoce en María la presencia y el papel inspirador, desde los orígenes.
Dada por el mismo Jesús como Maestra a Juan en el sueño, Ella es nuestra guía materna y prudente, y siempre lo será, incluso para todos aquellos que comparten su vocación y misión. La misión salesiana, de hecho, es inexplicable en su nacimiento y desarrollo progresivo, sin la iniciativa inspiradora y preventiva de María y sin su constante presencia activa y materna.
El poder de una mirada
Meditando sobre los contenidos del Congreso, me parece interesante detenerme, una vez más, en el sueño que Juanito tuvo a la edad de nueve años: un sueño-visión al que está ligada la historia y la experiencia del carisma salesiano en el mundo y, por tanto, en nuestra familia religiosa.
La aparición de la «Maestra» en la escena inicia un diálogo lleno de belleza sapiencial. La voz que percibe Juanito resonará en él a lo largo de toda su vida. Un maestro, de hecho, es un enseñante, que deja una «marca» que permanecerá indeleble en la personalidad de aquellos que lo conocieron y lo siguieron. Quien ha encontrado un verdadero maestro recibe una herencia que le compromete a declinar dos grandes valores en su vida: la responsabilidad y entrega.
«Yo te daré la Maestra», se le dice al pequeño Juanito, y también esta Maestra se nos da hoy con toda la riqueza de su don de gracia. En el Congreso se compartió el significado de magis-ter, que significa el «más de lo más», es decir, el máximo de ayuda y de orientación.
María enseña a Don Bosco que debe, antes de cualquier otro paso, «aprender a mirar» y también nos educa a nosotras, hoy, para saber «mirar» con sus propios ojos como Madre y Educadora.
¡Mirar es mucho más que ver! María dirige esta invitación a Juanito: «¡mira»!
“En ese momento, junto a Él (Jesús) vi a una mujer de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada punto del mismo fuera una estrella muy refulgente. Contemplándome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, hizo señas para que me acercara a Ella y, tomándome bondadosamente de la mano, me dijo “mira”. Al mirar, me di cuenta de que aquellos chicos habían escapado y, en su lugar, observé una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros muchos animales”.
Lo primero que sorprende a Juanito son los ojos de la mujer. Se siente mirado con ternura, cariño y reconocido por ella. Se da cuenta de que ha sido comprendido en su situación de angustia, dolor y confusión. María percibió inmediatamente el estado de ánimo de Juanito, por lo que le acoge, en primer lugar, con una mirada llena de empatía. La primera experiencia mariana que marcó el alma de Juan Bosco fue precisamente la mirada de María que irradiaba serenidad y santidad, una mirada que mira, custodia y cuida, que acaricia sin contenerse.
María sabe lo que significa ser mirada por Dios y engrandece al Señor, porque «ha mirado la pequeñez de su sierva».
Don Tonino Bello, obispo cuya causa de canonización fue introducida, dice que, antes de envolver a su hijo en pañales, María lo envuelve con su mirada de infinita dulzura. María, mujer de mirada acogedora y hospitalaria, mira a ese niño porque es el Hijo de Dios y su Hijo, que ha venido a salvar todas las distancias entre el Padre y la humanidad.
También podemos imaginar la mirada dolorida de María, pero llena de amor y acogida a Juan bajo la cruz cuando, en él, Jesús nos confía a todos a su maternidad. Siempre necesitamos esta mirada y, durante siglos, generaciones y generaciones de creyentes y no creyentes han estado pidiendo a María que les dirija sus ojos misericordiosos.
María pone sus ojos donde pone su alma. Ojos y alma en ella son uno. No solo un espejo que refleja, sino también un umbral, una ventana, un lugar de conexión entre el mundo interno y el mundo externo, entre lo infinito y lo finito. El dentro y el fuera se reúnen en un más allá, que ella siempre lleva consigo. Sabemos que el más allá es el lugar del Otro, de Dios, Aquel que trasciende nuestras propias miradas, mientras las atraviesa y arroja luz sobre nuevos horizontes. Están los que tienen que levantar los ojos para mirar y los que tienen que bajarlos. Para mirar a Dios, María ya no necesita levantar la mirada, porque ya acoge a Dios en sus brazos, y no necesita bajarlos para mirarnos, porque camina con nosotros.
Los ojos revelan al exterior lo que somos por dentro. A través de ellos, las personas, las situaciones y el mundo entran en nosotras y nosotras entramos profundamente en lo que vemos y experimentamos. La mirada es el primer signo evidente de la aceptación de la realidad que nos rodea con su historia, sus luces, sus expectativas y sus dificultades.
Hay miradas negativas que paralizan y miradas que, con su pureza y transparencia, tienen el poder de llevar luz de vida a los lugares más difíciles y lejanos, donde aún hoy los hijos e hijas, que han perdido el camino de regreso, esperan volver a sí mismos para volver al Padre misericordioso, siempre dispuesto a esperarlos. María nos enseña que los ojos pueden ser como pequeñas luces en la noche del mundo, miradas que saben iluminar caminos de esperanza.
Semejante a la suya debe ser nuestra mirada sobre las hermanas, sobre los jóvenes, sobre los colaboradores, sobre todos. Se trata de una misión urgente: es la alegría de la evangelización en los pliegues de la vida cotidiana. Recuerdo que un niño buscaba a menudo la mirada de una Hija de María Auxiliadora porque, en su sabia inocencia, decía extasiado: «Allí dentro se ve a Jesús».
«Ve por la ciudad y mira a tu alrededor»
Mirar implica atención e intencionalidad para saber distinguir, aprender, comprender, tomar decisiones, discernir el «cómo». La comprensión de las miradas entre Jesús y el Padre «alza los ojos al cielo», entre María y Jesús, entre Jesús y el Bautista, los Apóstoles, los creyentes, construye el verdadero campo de fuerza en la misión del Señor: un campo de fuerza invisible e indestructible de relaciones auténticas y salvíficas.
Mira, le dice María a Juanito, a un niño de 9 años, donde naturalmente hay tanto por terminar, pero hay tanto futuro en este imperativo.
Mira es también el verbo clave de la experiencia que don Giuseppe Cafasso recomienda al joven sacerdote Juan Bosco en su discernimiento personal, sobre la elección de su futuro. Para Don Bosco está claro que su vida se dedicará íntegramente a los jóvenes, pero ¿por dónde empezar y cómo? «Da la vuelta a la ciudad y mira a tu alrededor», sugiere don Cafasso. Don Bosco va, atraviesa las calles y plazas de Turín y comienza a mirar y mirar a su alrededor. Hay tantos, tantísimos niños solos, explotados, ociosos, todos hambrientos y sin rumbo. La gente sabe que es bueno evitarlos como individuos peligrosos. Casi siempre terminan en la cárcel y, una vez más, es don Cafasso quien guía a Don Bosco en esta dolorosa experiencia.
Mira: el impacto es fuerte, devastador. Encerrados en celdas estrechas y oscuras hay grupos de muchachos, de entre doce y dieciocho años, tristes y abandonados. Don Bosco los reconoce, son los que vio en su sueño, diecisiete años antes. Él los ve, los reconoce y reconoce al Señor, que está allí presente. En esas estancias y en aquellas vidas oscuras y tristes, reconoce su Luz que no se apaga. La misma Maestra de aquel primer e inolvidable sueño suyo lo toma de la mano.
Son lobos, pero con Ella a su lado, Don Bosco ya los ve como corderos. ¡Si encontraran un amigo que los cuidara! Una intuición. Una llamada. Una tarea. A partir de ese momento, Don Bosco ya no es el mismo. Su vida y su misión son ahora la vida y la misión de un padre que recorre la ciudad y mira incansablemente a su alrededor. Don Bosco lo repetirá con otras palabras a sus salesianos e, incluso, a sus muchachos: «Recorran la ciudad y miren a su alrededor».
El verdadero acompañamiento sólo puede llevarnos a salir, a ir a las periferias de la existencia humana con valentía y amor, como nos exhorta frecuente e insistentemente el Papa Francisco. Por esta razón, nos sentimos fuertemente interpeladas a entrar cada vez más y juntas en el Misterio Pascual del Señor, para ser, en las zonas oscuras de la vida contemporánea, un reflejo de su luz intemporal, que los jóvenes necesitan para mirar con confianza hacia un futuro mejor. Sentimos resonar en nuestro corazón esta apremiante invitación: «Recorran la ciudad y miren a su alrededor». Don Bosco fue físicamente al encuentro de los jóvenes del Turín de su tiempo, y también nosotras, hoy, queremos escuchar la realidad en constante evolución, la cultura, los signos de los tiempos, los desafíos educativos que no podemos ignorar. Es una llamada carismática que nos impulsa a ir más allá, a reforzar aún más la dimensión misionera, elemento esencial de la identidad del Instituto (cf. C 75). En las Constituciones, en el artículo 6, se recuerda el ideal programático de Don Bosco que Madre Mazzarello compartió y asumió desde el primer momento: «da mihi animas cetera tolle«. Es este profundo anhelo el que llevó a nuestros Fundadores a darse totalmente a los pequeños y a los pobres, sin límites y sin medida. El espíritu misionero, profundamente arraigado en el seguimiento de Cristo y en la historia, se expresa en la audacia apostólica y se transforma para nosotras en pasión educativa, en la búsqueda de una constante renovación vital tanto de nuestra existencia como de la de aquellos que nos han sido confiados. La tensión apostólica, compartida en Valdocco y Mornese, era ardiente, motivada y expresada hasta el extremo sacrificio de la propia vida, sin ninguna búsqueda de protagonismo o de afirmación propia.
Encomendémonos a María, Auxiliadora y Educadora, para que nos obtenga una mirada capaz de discernimiento en las opciones comunitarias para la vida fraterna y la misión; nos obtenga la fuerza de la creatividad, la valentía de atreverse, la confianza plena y filial en su presencia que nos guía en la misión juvenil.
Recordemos siempre nuestra identidad mariana, nuestro ADN carismático, si queremos realizar el sueño que no es sólo del pequeño Juan, sino que es, sobre todo, el sueño de Dios. Sabemos que, con la poderosa ayuda de María, Maestra y Madre, el milagro de la transformación de los lobos en mansos corderos puede realizarse también hoy.
Aprovecho la ocasión para recordar que, en respuesta a la petición del CG XXIV, el Ámbito para la Familia Salesiana, en colaboración con la Pontificia Facultad de Ciencias de la Educación «Auxilium«, ofrece a los diversos grupos de la Familia Salesiana de todo el mundo un curso online titulado: «Te daré la Maestra”. El curso tiene como objetivo promover el conocimiento de la persona y la misión de María de Nazaret, Madre y Educadora de Cristo y de la humanidad, profundizando en el fundamento bíblico, teológico y antropológico de la espiritualidad mariana, con particular referencia al carisma salesiano.
Invito especialmente a las Hijas de María Auxiliadora a aprovechar al máximo esta preciosa oportunidad formativa que se ofrece en las diversas lenguas.
Las saludo con afecto, también en nombre de las Hermanas del Consejo esparcidas por los diversos Continentes, y les aseguro mi recuerdo y mi oración, con el deseo de que en nuestras casas y en nuestras comunidades educativas, se realice cada vez más ese ecosistema de amor que brille en las miradas atentas, empáticas y alentadoras de todas y de todos, para entusiasmar a las jóvenes y a los jóvenes a acoger y seguir al Señor Jesús con una vida totalmente entregada.
Roma, 24 de septiembre de 2024
Aff.ma Madre
Sor Chiara Cazzuola