Santo Domingo Savio

(1842-1857)

«Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre muy alegres»

Beatificación 5-3-1950
Canonización 12-6-1954

 

Domingo Savio nace el 2 de abril de 1842 en San Juan de Riva, cerca de Chieri, Turín, Italia.

En su Primera Comunión, a los 7 años, esboza su proyecto de vida: “Me confesaré con frecuencia y haré la comunión todas las veces que el confesor me dé permiso. Quiero santificar los días festivos. Mis amigos serán Jesús y María. La muerte antes que pecar”.

A los 12 años es acogido en el Oratorio de Turín por Don Bosco, a quien le pide que le ayude a hacerse santo.

Sencillo, sereno y alegre, ponía gran empeño en sus deberes como estudiante y en ayudar a sus compañeros, enseñándoles el catecismo, asistiendo a los enfermos, poniendo paz en las peleas…

Un día le dijo a un compañero recién llegado al Oratorio: “Tienes que saber que nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre muy alegres. Intentamos sólo evitar el pecado, como un gran enemigo que nos roba la gracia de Dios y la paz del corazón, y cumplir exactamente nuestros deberes”.

Muy fiel a su programa de trabajo, sostenido por una intensa participación en los sacramentos y por una gran devoción a María, alegre en el sacrificio, fue colmado por Dios de dones y carismas.

El 8 de diciembre de 1854, proclamado el dogma de la Inmaculada por Pío IX, Domingo se consagró a María y comenzó a avanzar rápidamente en la santidad.
En el 1856 fundó entre sus amigos la Compañía de la Inmaculada para una acción apostólica de grupo.

Mamá Margarita, que había llegado a Turín para ayudar a su hijo, un día le dijo a Don Bosco: “Tu tienes muchos jóvenes buenos, pero ninguno supera el buen corazón y el alma de Domingo Savio. Lo veo siempre rezar, permaneciendo en la iglesia después que los otros. Cada día se va del recreo para hacer una visita al Santísimo Sacramento. Está en la iglesia como un ángel que demora en el paraíso”.

Murió en Mondonio el 9 de marzo de 1857. Sus restos se veneran en la Basílica de María Auxiliadora en Turín.

Su fiesta se celebra el 6 de mayo. El Papa Pío XI lo definió como un “pequeño, pero grande gigante del Espíritu”. Es el patrono de los «niños cantores».