Comunicaciones

Circular N° 1036 Madre Chiara Cazzuola

Donde esté tu tesoro, también estará tu corazón

Queridísimas hermanas:

El camino cuaresmal hacia la Pascua casi ha llegado a su fin. La liturgia de este período está llena de llamadas urgentes a la conversión, a volver a Dios con todo el corazón y a dejar que Él sea el único Señor de nuestra vida.
En este mes de marzo, la Iglesia también nos llama la atención sobre la figura de san José. Es hermoso destacar cómo, en Mornese y en Niza, San José fue una presencia continua y constante en la vida cotidiana de las primeras comunidades. Era invocado como ecónomo y protector de la casa, guardián de la vida espiritual y también colaborador activo en el discernimiento vocacional.
Madre Mazzarello recomendaba su devoción, «quería que las oraciones a San José tuvieran el propósito particular de obtener de él, que nuestra casa fuera liberada de cualquier tema no apto para la vida religiosa, o aquellas entre las educandas que no fueran edificantes para las compañeras.
Varias veces hemos tenido ocasión de constatar la eficacia de estas oraciones particulares dirigidas a San José» (MACCONO F., Santa M. Domenica Mazzarello I).
Os invito a atesorar las numerosas referencias que encontramos en la Crónica del Instituto, sobre la presencia activa de San José, para invocarlo con confianza y esperanza. Podemos escuchar y comparar nuestras opciones de vida con las suyas, profundizar más en la vida espiritual, invocar su intercesión por la paz, por la concordia de las familias y de la familia humana.
Don Bosco nos lo dio como Patrono, como icono de «cuidado», modelo de escucha, de obediencia, de acogida, de valentía creativa, para que también nosotras aprendiéramos de él a custodiar a Jesús en nuestro corazón, en el silencio de todo nuestro ser y a darlo a conocer especialmente a las jóvenes y a los jóvenes que nos han sido confiados y que son el «alma» de nuestra misión.
Con este deseo continuamos nuestra reflexión sobre la formación que se da en la vida cotidiana, valorando los momentos ordinarios que nos indican nuestras Constituciones.

La meditación, aliento de la vida

En esta circular, me gustaría reflexionar sobre el significado y el valor de la meditación, no solo como práctica religiosa, sino como experiencia privilegiada de nuestra espiritualidad.
Seguir a Jesús significa, ante todo, estar con Él, desear vivir en su compañía, lejos de toda forma de intimismo para poder anunciar la alegría del Evangelio.
En el Evangelio de Marcos leemos un pasaje interesante que nos toca de cerca: «Entonces Jesús subió al monte y llamó a los que quiso, y vinieron donde él. Y designó a doce de ellos, a los que llamó apóstoles, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder para expulsar demonios» (Mc 3, 13-15).
Jesús, antes de enviarlos como apóstoles, pide a aquellos que ha llamado a ser discípulos, que aprendan con Él y de Él que sólo se puede dedicar al servicio de los hermanos teniendo una experiencia personal de un encuentro único y global con Él.
La comunión con Jesús es el sentido profundo de nuestra vida de mujeres consagradas y de nuestra misión educativa, y si nos separamos de Él, somos como sarmientos cortados de la vid (Jn 15,1-6), que sin savia no pueden dar fruto.
Lo que el Papa Benedicto XVI dijo a los seminaristas en su viaje apostólico a Alemania también puede ser útil para nosotras, Hijas de María Auxiliadora: «Dedicándoos al servicio de los hermanos no caigáis en la tentación de no encontrar tiempo para estar con Él. Eso sería grave, incluso mortal.
Te separarías de tu fuente y ya no servirías a tus hermanos. Lo usarías para sentirte vivo, tal vez útil, incluso bueno» (Benedicto XVI, Discurso a los seminaristas, 24 de septiembre de 2011).
La meditación, por su propia naturaleza, consiste esencialmente —como también nos enseña santa Teresa de Ávila— en estar de corazón a corazón con el Señor, dejándose atrapar profundamente por la Palabra, para que haya un verdadero encuentro con Jesús, que nos pide formar parte cada vez más de nuestra vida: «He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré a él y comeré con él, y él conmigo» (Ap 3,20). Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.
Los santos nos enseñan que meditar es gozar de una confianza afectuosa con el Señor, es saber ir más allá de nuestros pensamientos y proyectos, para comprender, reconocer y acoger lo que a Él le agrada.
El Papa Francisco, al respecto, subraya: «Ojalá puedas reconocer cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con tu vida. Déjate transformar, déjate renovar por el Espíritu, para que eso sea posible, y así tu preciosa misión no se malogrará» (Gaudete et exultate, 24).
En la meditación, todo lo que experimentamos está expuesto al fuego del Espíritu Santo que ilumina, purifica y cambia el corazón. La meditación, entonces, es «generativa»: en ella hay un verdadero encuentro iluminador y transformador que fructifica en nosotras y a nuestro alrededor.
Nace un avivamiento espiritual, una espiritualidad encarnada, como encarnada es la Palabra. En esta experiencia resplandece la gracia de la unidad, que permite armonizar los diversos aspectos de la existencia; emerge una visión contemplativa que nace y crece de la familiaridad con Aquel que nos ha querido; sentimos la fuerza para examinarnos a nosotras mismas, a las situaciones, a las personas, a la realidad desde el punto de vista de Dios.
Sólo así seremos capaces de ese sano discernimiento que nos permita tomar decisiones concretas según la voluntad de Dios y en fidelidad al carisma.
¿Cómo podemos llegar a ver la realidad desde el punto de vista de Dios cuando, como los discípulos de Emaús, nuestro corazón a veces está agobiado por otros intereses?
El Papa Francisco nos dice el «cómo»: “Este es el origen de su ceguera: el corazón insensato y tardo. Y cuando el corazón es insensato y tardo, no se ven las cosas. Se ven las cosas como nubladas. Aquí reside la sabiduría de esta bienaventuranza: para contemplar, es necesario entrar dentro de nosotros mismos y hacer espacio a Dios porque, como dice San Agustín, «Dios es más interior que lo más íntimo mío » (Audiencia general, 1 de abril de 2020).
En la meditación y en la oración, tanto personal como comunitaria, crecemos como apóstoles y discípulos de Jesús; en esta escuela nos formamos en el amor y en la acción por el Reino de Dios, en la comunión fraterna para que los jóvenes puedan encontrar verdaderamente al Señor.

En el silencio de todo nuestro ser

El artículo 39 de nuestras Constituciones subraya la meditación como un momento fuerte e indispensable de diálogo interior con Dios:

Cada una de nosotras se dedicará a ella
con particular empeño
cada día, durante media hora.
En el silencio total nuestro ser,
como María, «la Virgen oyente»,
nos dejaremos invadir por la fuerza del Espíritu
que nos conduce, poco a poco,
a la configuración con Cristo,
refuerza nuestra comunión fraterna
y reaviva nuestro ardor apostólico.

Y nuestros Reglamentos reafirman la importancia de que cada comunidad, en su programación, acuerde también las modalidades de oración diaria con sus respectivos horarios, para que sean compatibles con las necesidades de la misión. Uno de los puntos fuertes de nuestra espiritualidad es precisamente la meditación (cf. Reglamentos, 25).
A Jesús se le «conoce» en el amor, por eso Madre Mazzarello nos invita a estar reunidas en el silencio del corazón; sugiere insistentemente que cultivemos la oración hecha desde el corazón y en el corazón de Jesús. A quienes mostraban dificultad para entretenerse conversando con el Señor, les decía: «Tal vez hablarle en vuestro dialecto, porque el Señor os entiende». Lo que importa en la oración, en la meditación, es crear una relación personal con el Señor, un diálogo de amor. Por eso, Madre Mazzarello recomendaba hablar con Dios con familiaridad, como se habla a un amigo, a un familiar, y nos exhortaba a expresar lo que sale espontáneamente del corazón.
También en las cartas encontramos referencias al «corazón bíblico», a esa interioridad de la que sólo puede nacer una auténtica actitud meditativa. María Domenica nos lo recuerda a menudo: «Hay que rezar de corazón» (Cartas 29, 47 y 51), «amar al Señor de corazón» (Carta 23); «trabajar desde el corazón» (Carta 22) y sobre todo «en el Corazón de Jesús«.
En la cotidianidad de su vida de adolescente y joven, Maín maduró en la interioridad y laboriosidad de un apostolado intenso pero no dispersivo. A través de la mediación de Don Pestarino y de las enseñanzas de Frassinetti, bebió de la fuente de la espiritualidad más auténtica de su tiempo y aprendió «el arte de la meditación».
A lo largo del itinerario de su oración, la mirada desde la ventana de la Valponasca se convierte en una oración de mirada sencilla, es decir, de contemplación intensa y continua, enriquecida por la experiencia de una vida, que también se hizo eucarística.
Esta mirada contemplativa penetra en toda la realidad, especialmente en la compleja realidad humana, en las personas confiadas a su cuidado educativo y materno, y se convierte en capacidad de discernimiento. Es el espíritu de oración típico de la espiritualidad salesiana que, según el Fundador, consiste en vivir la presencia de Dios en la sencillez y también en el cansancio de la vida cotidiana (cf. M. E. Posada, Diventari oranti. Itinerario di preghiera di María Domenica Mazzarello, en «Quaderni di spiritualità salesiana 1», Nuova serie1, Roma, 2003, 71-79).

La meditación en Don Bosco

Don Bosco se preocupó por la buena prensa y escribió muchas obras, pero no encontramos en su numerosa producción textos específicos sobre meditación. Es posible, sin embargo, encontrar en algunos de sus escritos publicados e inéditos y en las indicaciones ofrecidas a los salesianos, algunas constantes que permiten comprender su pensamiento.
En las notas autógrafas de Don Bosco utilizadas en los ejercicios espirituales de Trofarello (1866), los primeros de la naciente Congregación, leemos: «Meditación. Más breve o más larga hacerla siempre». «Todos los que se entregaron al servicio del Señor hicieron uso constante de la oración mental, vocal y jaculatoria».
Para Don Bosco, la oración representa el alimento que fortalece la vida de un religioso. «Por lo tanto», escribe en la introducción a las Constituciones, «mientras nosotros seamos celosos en la observancia de las prácticas de piedad, nuestro corazón estará en buena sintonía con todos y veremos al salesiano alegre y contento de su vocación». «Cuidemos al máximo de no descuidar nunca la meditación, la lectura espiritual, la visita diaria al Santísimo Sacramento, la confesión, el rosario de la Santísima Virgen y una pequeña abstinencia los viernes. Aunque cada una de estas prácticas por separado no parezca una gran cosa, sin embargo, contribuye eficazmente al gran edificio de nuestra perfección y salvación”.
En 1882, el clérigo Ducatto transcribió una instrucción que Don Bosco había dado durante los ejercicios espirituales de ese año: «Queridos hermanos -leemos- la meditación es una práctica de piedad, no sólo diré importante, no sólo útil, no sólo muy útil, sino que estoy por decir necesaria para nosotros los religiosos» (Referencias extraídas de: La práctica de la meditación en la oración de los Salesianos de Don Bosco. Actas del Seminario de Meditación Salesiana. San Calixto – Roma, 10-12 de mayo de 2018 comisariada por Giuseppe Buccellato SDB, Roma 2021).
Queridas hermanas, esta circular nace también de la preocupación suscitada en mí y en el Consejo General por los informes de las Visitas Canónicas de las Consejeras Visitadoras o, a veces, por el encuentro con las mismas Inspectoras, que ponen de relieve, con cierta preocupación, el hecho de que en algunas comunidades ya no se hace la meditación porque no tenemos tiempo, el trabajo apostólico es apremiante, y no se encuentran los métodos apropiados, de tal forma que resulta más fácil eliminarla de nuestra oración.
Me pregunto cómo es posible aceptar que nuestro día esté vacío desde el principio. Quizás más que falta de tiempo, no encontramos razones válidas y, como si esto fuera normal, descuidamos un aspecto fundamental de nuestra vida consagrada salesiana indicado por nuestros Fundadores y las Constituciones (cf. art. 39). Estoy convencida de que debemos reservar el mejor momento de nuestro día para Dios: ¿y no es este el tiempo de la Eucaristía, de la meditación y de la oración personal y comunitaria?
¿Estamos perdiendo nuestro encanto por Jesús? ¿Qué ponemos en lugar del encuentro diario con Él? ¿Cómo podemos enseñar a los jóvenes el arte de la meditación si somos las primeras en descuidarlo? Nos preguntamos por qué, como sucede a veces, los jóvenes, después de crecer con nosotras, buscan otras Familias religiosas o Movimientos espirituales para tener una experiencia profunda de la Palabra de Dios y de la meditación. Tratemos de darnos una respuesta que sería bueno compartir comunitariamente, también como un regalo en preparación a la Fiesta Mundial de la Gratitud que celebraremos en Mozambique el próximo 26 de abril.
Concluyo expresando el deseo de que la alegría de la Resurrección brille en todas nosotras, para ser «luz» que ilumine el presente y cada lugar y situación en la que nos encontremos. Sólo la Luz del Resucitado puede abrir destellos de esperanza a toda la familia humana que hoy la necesita urgente y extremadamente.
Me alegra anunciar que el domingo 28 de abril concluirá la fase diocesana de Beatificación y Canonización de la Sierva de Dios Sor Antonietta Böhm (1907-2008). Demos gracias al Señor que no deja que a nuestro Instituto, a la Familia Salesiana y a la Iglesia les falten frutos de santidad.
Sigamos profundizando e invocando la intercesión de Laura Vicuña y de las FMA en su camino hacia los honores de los altares. Ellas pueden inspirarnos y animarnos en el ejercicio diario de saber combinar acción y contemplación.
A cada una de vosotras, a vuestras familias, a las comunidades educativas, a la Familia Salesiana, a los jóvenes que tanto queremos, os deseo una santa Pascua.
Un saludo especial al Rector Mayor de los Salesianos, el Cardenal Ángel Fernández Artime, a quien acompañamos con nuestras oraciones hacia la Ordenación Episcopal que tendrá lugar el próximo 20 de abril.
Sigamos invocando el don de la paz en todo el mundo y apoyemos con nuestra oración y ayudas a las comunidades que han sido sometidas a duras pruebas por la guerra, la violencia, la injusticia y la pobreza.
A María, Madre del Resucitado, encomendamos a todas las personas, especialmente a las niñas/os, a las jóvenes y a los jóvenes, a las familias que viven en situaciones de dificultad y que esperan un futuro mejor y más sereno. Que todos disfruten de la plenitud y la alegría de la Pascua.

Roma, 24 de marzo de 2024

Aff.ma Madre
Sor Chiara Cazzuola